Tuesday, August 19, 2008

Narciso y Dios.


La religión es tema que sin duda está en boca de todos. Ya sea por las controversias generadas por los mismos representantes de ésta, o bien por la eterna discusión de qué tanto representa la religión (especialmente la católica), a la concepción de Dios y la fé en él.

Quisiera partir mencionando a uno de los grandes críticos de la modernidad, Sigmund Freud, quien dentro de su teoría psicoanalítica, pilar fundamental de la gran mayoría de las escuelas psicológicas vigentes, y por lo cierto muy vigente por su lado, genera un concepto que resultará primordial en el desarrollo de este breve ensayo. El narcisismo.

Narciso era un hombre sumamente hermoso, todas las mujeres caían rendidas a sus pies, básicamente era dueño de una belleza sin precedentes. Afrodita, diosa del amor, la fertilidad y la belleza, decide embarcarse en una compleja misión: Enamorar a Narciso. Resumiendo, Narciso rechaza a Afrodita, y ésta en venganza, lo maldice dictaminando que éste se enamoraría perdidamente de la primera persona a quien mirara a la cara, y que ese amor jamás podría ser correspondido. Narciso, lavándose en un río, observa su cara por el reflejo producido en el agua, y se enamora perdidamente de sí mismo, imposibilitado completamente de corresponderse.

Así, el narcisismo resulta ser un estado en el cual el hombre se ve enamorado de sí mismo pero incapaz de corresponder a ese amor, buscando superarse constantemente para poder lograrlo, transformándose este amor inalcanzable en una especie de odio a sí mismo, por no corresponder.

A través de su historia, el hombre se ha reconocido como un ser con una capacidad que supera por lejos a las herramientas utilizadas por el resto de los animales para su supervivencia, la capacidad de razonar, la razón. Ya lo decía Sócrates con su muy afamado ''sólo sé que nada sé'', aludiendo a la infinidad de conocimientos a los que supuestamente podíamos acceder mediante el uso de esta tan preciada herramienta. Nietzche por su lado también se refirió a esta capacidad propia de la humanidad, viéndola sin embargo como lo que usamos en lugar de las garras o dientes que no poseemos para defendernos frente al mundo. Ya sea por un lado u otro, existen autores como Descartes o Kant, quienes más que hacer un análisis de la razón en sí (si bien lo hacen), aluden también a una cuestión fundamental de la epistemología: ¿Qué és lo que podemos conocer? Ambos autores, desde sus posiciones respectivas, coinciden en que lo que podemos conocer se ve supeditado a nuestra propia capacidad de conocer, es decir, los límites de la razón se ven fijados por nuestra condición humana. Al ser una condición de los hombres, la razón se define en escencia como aquello que nos devela los conocimientos a los cuales somos humanamente capaces de acceder.

Así, nos encontramos de frente con el concepto de nuestro querido Freud, quien al plantear el Narcisismo, planteaba un problema de una embergadura que quizás jamás imaginó. La modernidad se caracteriza como la transición de lo premoderno (orden feudal en el cual la sacralización del orden social hacía de la vida un todo completamente ocluído a condiciones sanguíneas y naturales), a un horizonte incierto. Esta transición tiene como principal motor propulsor a la crítica, la crítica constante a todo cuanto se produzca o se piense, en orden para seguir conociendo y produciendo. El muy bien conocido ''Cogito ergo sum'' de Descartes hace una alusión bastante directa a esta idea. La base fundamental de cualquier conocimiento es la duda. Yo pienso, y luego existo. Esto resulta bastante interesante al ser contrastado con la idea de Narcisismo, ya que sin calar muy profundo, nos podemos dar cuenta de que la modernidad ( de la cual somos hijos pródigos, capitalistas de servicio, o "neoliberales") se ve caracterizada por esta condición. El hombre moderno es soberbio y cree saber completamente de lo que es capaz ( se ama, por decirlo de manera simple), pero al mismo tiempo se critica y duda de lo que sabe, asumiendo que sus conocimientos están lejos de la perfección. Es decir, el hombre moderno no es capaz de amarse a sí mismo, por la simple razón de ser conciente de las limitaciones de su razón, en cuanto éstas son propias de él, y no se condicen con una realidad ''objetiva'' a la cual pueda acceder y finalmente ''saberlo todo''. La realidad a la que el hombre moderno accede, no es más que una representación subjetiva de un algo externo a él, el cual percibimos y "procesamos" de acuerdo a los parámetros dentro de los cuales se encuentra la razón.

Esta imposibilidad de amarnos a nosotros mismos, al sabernos incapaces de lograr la perfección, este Narcisismo propio de nuestra especie podría llevarnos fácilmente al abismo, pudiendo habernos destruído hace siglos. ¿Por qué no lo hace?

Nuevamente recurrimos a Sigmund Freud, aludiendo ahora al mecanismo de defensa conocido como proyección. En ocasiones, el "yo" reconoce conductas provenientes del "ello" que no son sanas para el mantenimiento de la homeostásis del aparato psíquico, y para no vivirlas como propias, las proyecta o las atribuye a un otro externo. El hombre no puede lidiar con la idea de perfección como propia de sí mismo, ya que esto claramente lo llevaría a la perdición, y a cambio, ha proyectado ese amor que no puede corresponder en sí mismo, en un ente externo creado a su imágen y semejanza: Dios.

Dios, entonces, resulta ser la respuesta, la cura al narcisismo humano, ya que al no ser humano, y a la vez perfecto, podemos acceder a su amor y fácilmente ser correspondidos por él, quien no es ni más ni menos, que todos y cada uno de nosotros. Dios es la proyección de lo que jamás podremos alcanzar, la perfección; la perfección como aquél constructo que elaboramos para fijarnos un horizonte que eventualmente nos podía llevar a amarnos a nosotros mismos. Asumiendo que creamos un monstruo, y que la perfección se nos vuelve inalcanzable, no podemos abandonar nuestra condición limitada, y mucho menos acabar con nosotros mismos (a pesar de que ésta sea una decisión que muchos han tomado, y que ya no parece algo raro), frente a lo cual simplemente, desplazamos esa sabiduría inalcanzable a Dios. Dios es todopoderoso, todo lo sabe, todo lo puede, y está en todos y cada uno de nosotros, o más bien, Dios ES todos y cada uno de nosotros.

Ahora bien, y volviendo a lo enunciado al comienzo de esta breve exposición, la religión resulta ser todo un problema en esta ecuación. Remitiéndonos a las bases de la religión católica, por ejemplo, nos encontramos con más que un amor incondicional bilateral entre Dios y los hombres; en la religión existen condiciones para ser amados por Dios. Estas condiciones suponen que frente a ciertas actitudes para con la iglesia, podemos acceder al amor de Dios, quien nos recibirá finalmente en su reino situado en los cielos. La religión transforma la fé en Dios en una serie de tareas a realizar para poder alcanzarlo; o en otros términos, y siguiendo el hilo conductor de lo expuesto, la religión nos pone condiciones para amarnos a nosotros mismos. La fé católica entonces, ya no se vé como la fé en lo que podríamos llegar a ser (Dios), sino en el cómo podemos llegar a amar a Dios, que además ya no está hecho a imagen y semejanza nuestra, sino que aparece como creador del hombre, por lo cual es merecedor de un eterno respeto y temor.

En términos simples, la iglesia católica ocupa a Dios como un medio de dominación frente a las masas, quienes al sentirse desamparados y perdidos, sin tener una figura de amor definida, encuentran en el Dios católico la razón perfecta de ser, sin saber que están sometiéndose a su propia creación.

Cierta vez escuché en una película la siguiente frase: "Dios no está en capillas de piedra ni en enormes catedrales, Dios está en todos y cada uno de nosotros." Es increíble como una invención con fines netamente lúdicos, puede contener una frase tan acertada.

El amor a Dios entonces, e incluso su existencia misma, no son más que la solución más cuerda jamás inventada por el hombre a una enfermedad que para Narciso fue mortal.

Dios no existe sin el hombre, al haber sido inventado por éste. Pero a la vez, quien inventó a Dios, ya no es capaz de vivir sin lo que su invención implica: Aceptación incondicional de nuestro limitado ser en el mundo.