"Quizás fue lo mejor", dijo y encendió un cigarro. El humo lentamente inundaba su cara junto con sus pulmones, llenándolo de esa agradable sensación que lo ataba tan firmemente al vicio.
La noche estaba helada, nadie rondaba por la calle y las luces de las casas aledañas estaban prendidas, las sombras de las familias cenando, conversando, o haciendo cualquier cosa, eran el panorama en ese momento.
Tragando una nueva bocanada de humo, se dirigió al paradero de la micro, esperó a terminar el cigarro y abordó el primer bus que le quiso parar. Esta vez no tenía un destino.
Santiago puede ser hermoso durante la noche; las luces, los lugares, la gente, todo crea un ambiente semi sórdido, que le da un toque de película a la noche sanitaguina. Las miradas de las prostitutas a los autos, buscando algún cliente desesperado, el sujeto parado en la esquina, esperando su próxima víctima, las tribus urbanas que se reúnen en plaza italia, en fin, tiene su atractivo la ciudad, y se lo da ese misticismo que raya en lo sórdido, ideal para un cuento naturalista, si se quiere.
Había llegado al terminal de buses, asi que bajó de la micro y se dispuso a caminar. La madrugada ya había llegado y se notaba por el olor a humedad que comenzó a brotar de todos lados, y por el cantar de los pájaros, que avisan que viene la nueva jornada.
Sacó otro cigarro del bolsillo de su chaqueta y lo encendió. El bus lo habia dejado muy cerca de su casa, una coincidencia. Apenas llegó, se sacó la chaqueta, los pantalones, y encendió la estufa.
Nada había atravesado su mente en todo ese viaje, absolutamente nada, sólo pensaba en lo ocurrido la noche anterior. "Quizás fue lo mejor".
Sus ojos le pesaban, pero no iba a ceder ante el sueño, tenía algo que hacer, debía seguir con el plan, de otra forma estaría faltando a un compromiso que había adquirido con él mismo.
Preparó comida, y comió un plato, tomó algo de jugo, y volvió al sofá.
Había llegado el momento, la hora, tenía que hacerlo.
Encendió la tele y la puso con todo el volumen que tenía, lo mismo hizo con la radio.
De la chaqueta que estaba tirada en una silla, sacó el revolver, y lo puso en sus piernas.
El realmente la quería, la amaba con todo su ser, ella era su vida, su motivo de existencia, su mundo. Simplemente no pudo creerlo cuando la vió esa noche, entregándole todo lo que le entregaba a él, a un perfecto desconocido. La imagen invadía cada segundo su cabeza; los cuerpos sudorosos, los gemidos de su compañera, la risa del desconocido, no lo podía creer, no lo iba a creer. Conocía la casa de su novia, y por lo mismo decidió no ser descubierto inmediatamente, "Que termine tranquila, la muy puta", y aprovechó de ir al clóset de su suegro, ávido seguidor de la caza y la segunda guerra mundial.
Sacó lo primero que encontró, una Luger, pistola usada por las tropas alemanas durante la segunda guerra mundial, y vió si encontraba balas. Lamentablemente la munición de la Luger no estaba ahi, y buscó otra arma. Encontró el revolver, estaba cargado y listo para ser usado, era como si el arma lo incitara cada vez más a hacer lo que él creía estrictamente necesario.
Su mente era un remolino constante, un tornado arrasando con todo lo que encuentra a su paso, no había más en su cabeza, que la imágen de su amada, destruyendo todo lo que habían construido en 5 años. 5 años.
Lloró un instante, encerrado en la pieza de su suegro, desconsolado por saber lo que tenía que hacer, abrumado por la obligación que lo oprimía en aquel momento. Debía hacerlo.
Salió de la pieza y volvió a la habitación donde estaban los dos, que ya estaban medios dormidos.
Se acercó lentamente al lado de su novia y le acarició el pelo. Ella no lo notó, y siguió durmiendo.
Las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos, le nublaban la vista, pero no iba a desistir de lo que debía hacer.
Caminó al otro lado de la cama y suavemente posó el revolver en la sien del criminal, del traidor, del destructor, que dormía de lado. Oprimió suavemente el gatillo.
Nunca había visto sangre de verdad en tanta cantidad. Nunca había visto un rostro fijo, mirando al infinito, con los ojos inamovibles. Nunca había visto a su novia gritando así, aterrorizada.
Trató de mantenerla en la cama, pero ella se resistió, quería arrancar.
"Debo hacerlo, perdóname, yo te amo, pero debo hacerlo".
El llanto no lo dejaba expresarse bien, le dolía lo que tenía que hacer, pero aún así, era su obligación.
Nunca la había visto así, tan tranquila, la calma de sus ojos era increíble, su cuerpo tendido en el suelo era similar a la imagen de un niño, que jugando se había quedado dormido en la sala de estar.
Salió de la casa y encendió un cigarrillo.
"Quizás fue lo mejor".
El revólver pesaba más de lo normal en sus piernas, pero no lo podía dejar a un lado, tenía que hacer lo que pensó durante su vuelta a casa, tenía que terminar lo que había empezado.
Tomó el revólver y lo puso en su boca.
"Nos vemos, mi amor".
Por un segundo, estuvo realmente tranquilo. Por un segundo, todo tuvo significado. Por un segundo, pudo ver.
La noche estaba helada, nadie rondaba por la calle y las luces de las casas aledañas estaban prendidas, las sombras de las familias cenando, conversando, o haciendo cualquier cosa, eran el panorama en ese momento.
Tragando una nueva bocanada de humo, se dirigió al paradero de la micro, esperó a terminar el cigarro y abordó el primer bus que le quiso parar. Esta vez no tenía un destino.
Santiago puede ser hermoso durante la noche; las luces, los lugares, la gente, todo crea un ambiente semi sórdido, que le da un toque de película a la noche sanitaguina. Las miradas de las prostitutas a los autos, buscando algún cliente desesperado, el sujeto parado en la esquina, esperando su próxima víctima, las tribus urbanas que se reúnen en plaza italia, en fin, tiene su atractivo la ciudad, y se lo da ese misticismo que raya en lo sórdido, ideal para un cuento naturalista, si se quiere.
Había llegado al terminal de buses, asi que bajó de la micro y se dispuso a caminar. La madrugada ya había llegado y se notaba por el olor a humedad que comenzó a brotar de todos lados, y por el cantar de los pájaros, que avisan que viene la nueva jornada.
Sacó otro cigarro del bolsillo de su chaqueta y lo encendió. El bus lo habia dejado muy cerca de su casa, una coincidencia. Apenas llegó, se sacó la chaqueta, los pantalones, y encendió la estufa.
Nada había atravesado su mente en todo ese viaje, absolutamente nada, sólo pensaba en lo ocurrido la noche anterior. "Quizás fue lo mejor".
Sus ojos le pesaban, pero no iba a ceder ante el sueño, tenía algo que hacer, debía seguir con el plan, de otra forma estaría faltando a un compromiso que había adquirido con él mismo.
Preparó comida, y comió un plato, tomó algo de jugo, y volvió al sofá.
Había llegado el momento, la hora, tenía que hacerlo.
Encendió la tele y la puso con todo el volumen que tenía, lo mismo hizo con la radio.
De la chaqueta que estaba tirada en una silla, sacó el revolver, y lo puso en sus piernas.
El realmente la quería, la amaba con todo su ser, ella era su vida, su motivo de existencia, su mundo. Simplemente no pudo creerlo cuando la vió esa noche, entregándole todo lo que le entregaba a él, a un perfecto desconocido. La imagen invadía cada segundo su cabeza; los cuerpos sudorosos, los gemidos de su compañera, la risa del desconocido, no lo podía creer, no lo iba a creer. Conocía la casa de su novia, y por lo mismo decidió no ser descubierto inmediatamente, "Que termine tranquila, la muy puta", y aprovechó de ir al clóset de su suegro, ávido seguidor de la caza y la segunda guerra mundial.
Sacó lo primero que encontró, una Luger, pistola usada por las tropas alemanas durante la segunda guerra mundial, y vió si encontraba balas. Lamentablemente la munición de la Luger no estaba ahi, y buscó otra arma. Encontró el revolver, estaba cargado y listo para ser usado, era como si el arma lo incitara cada vez más a hacer lo que él creía estrictamente necesario.
Su mente era un remolino constante, un tornado arrasando con todo lo que encuentra a su paso, no había más en su cabeza, que la imágen de su amada, destruyendo todo lo que habían construido en 5 años. 5 años.
Lloró un instante, encerrado en la pieza de su suegro, desconsolado por saber lo que tenía que hacer, abrumado por la obligación que lo oprimía en aquel momento. Debía hacerlo.
Salió de la pieza y volvió a la habitación donde estaban los dos, que ya estaban medios dormidos.
Se acercó lentamente al lado de su novia y le acarició el pelo. Ella no lo notó, y siguió durmiendo.
Las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos, le nublaban la vista, pero no iba a desistir de lo que debía hacer.
Caminó al otro lado de la cama y suavemente posó el revolver en la sien del criminal, del traidor, del destructor, que dormía de lado. Oprimió suavemente el gatillo.
Nunca había visto sangre de verdad en tanta cantidad. Nunca había visto un rostro fijo, mirando al infinito, con los ojos inamovibles. Nunca había visto a su novia gritando así, aterrorizada.
Trató de mantenerla en la cama, pero ella se resistió, quería arrancar.
"Debo hacerlo, perdóname, yo te amo, pero debo hacerlo".
El llanto no lo dejaba expresarse bien, le dolía lo que tenía que hacer, pero aún así, era su obligación.
Nunca la había visto así, tan tranquila, la calma de sus ojos era increíble, su cuerpo tendido en el suelo era similar a la imagen de un niño, que jugando se había quedado dormido en la sala de estar.
Salió de la casa y encendió un cigarrillo.
"Quizás fue lo mejor".
El revólver pesaba más de lo normal en sus piernas, pero no lo podía dejar a un lado, tenía que hacer lo que pensó durante su vuelta a casa, tenía que terminar lo que había empezado.
Tomó el revólver y lo puso en su boca.
"Nos vemos, mi amor".
Por un segundo, estuvo realmente tranquilo. Por un segundo, todo tuvo significado. Por un segundo, pudo ver.
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